OPINIÓN


LA SEMANA ELITISTA DE LA CIUDAD BLANCA

Entre el 17 y 24 de Abril se desarrollaron las actividades religiosas que comúnmente se realizan en la Semana Santa de Popayán, donde, desde hace 420 años, la procesión en esta época es la prueba más fehaciente de que la capital del Cauca es la ciudad colombiana religiosa por excelencia.

Sus procesiones representan la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Esta tradición, heredada de los conquistadores españoles, empezó cuando Popayán tenía apenas 30 años. Por su arraigo cultural y tradicional, la Semana Santa en esta ciudad se ha convertido en patrimonio intangible de la misma. Donde, se supone, la comunidad payanesa une lazos para tener una semana de fe y espiritualidad interior.

Los payaneses se han caracterizado por su catolicismo, además esta ciudad es la que tiene el mayor número de  iglesias por habitante en Colombia. Sin embargo, las huellas que dejó la historia de la religión católica no se han borrado totalmente, o, por lo menos, en Popayán algunas se conservan.

Es decir, el clasismo o elitismo y “la apariencia” que mostraba la religión en la Edad Media continúa en la ciudad blanca. Y la época que se presta para demostrar esta situación es precisamente la Semana Santa.

Bien sabido es que la finalidad, para la religión católica, de esta Semana es tener un espacio de reflexión,  recordando que Jesucristo fue nuestro salvador y, así, cada vez lograr ser mejores personas. Sabemos también que si es una semana de reflexión, también es una semana para compartir y, así, celebrar unidos la transición de Cristo.

Sin embargo, y, paradójicamente, en las fechas en las que se debería representar la unión regional por medio de la religión, pues esta es una de las ideologías del catolicismo, no todos son participes de las procesiones, no cualquiera logra ser un carguero, sindico, regidor o una sahumadura.

Para llegar a tener estos cargos debes pertenecer a la familia “Chaux” o, en su defecto, a la “Mosquera”, nadie más puede cargar los pasos que muestran las transformaciones de Jesús, como si él estuviera discriminando por riquezas. Así es como, consecuentemente, los únicos participes de la organización, gestión y reproducción de las procesiones son los de la élite, convirtiendo a los demás payaneses como unos “turistas de más” que observan lo que “los importantes” prepararon con casi un año de antelación con mucho esmero. Eso sí, más que por fe, para quedar muy bien ante su mismo grupo social.

Si en verdad estas procesiones se hicieran con un fervor sincero, estas personas respetarían la semana, según como lo exige la religión. Pero, por el contrario, celebran cada día con una rumba sin precedentes, después de lucirse mientras aguantan el peso de cada paso que acompaña una escena de la vida de Cristo.

La Semana Santa finalmente se convierte en un desfile de la “crema innata” de la ciudad blanca, un desfile que admite el estatus y prestigio de este grupo selectivo. Donde los cargueros, como modelos, y las sahumaduras, como reinas, concursan para llevarse el trono.

Todas estas actitudes se sintetizan en una sola palabra: “Exclusión”, discriminación hacia la comunidad patoja que no pertenece a ese grupo en particular. ”. El carguero es hijo, nieto o, en su defecto, primo del alcalde o gobernador. Situación que no ha dejado de suceder en las procesiones anuales.

Pienso que en vez de fomentar la exclusión en esta semana, se debería promover la inclusión. Ojalá en realidad fuera una semana que sirviera para compartir con la comunidad, no para aparentar y aislar al que no tiene un “buen apellido”.

Es evidente que la vanidad y la fachada  son el común denominador  de este ritual religioso,  relegando la  religiosidad y espiritualidad.  

Por: María Cecilia Rodríguez Vivas
Comunicación Social - Periodismo
Universidad del Quindío